La huida (meditativa)

Dejo atrás el ruido y las prisas, amalgama de colores y de olores, las labores cotidianas, el mundo en el que me encuentro, batiburrillo de sonidos, cóctel de frutas, animales y personas en todas direcciones.

Me descalzo sobre el empedrado de mármol y siento el frío intenso de las losas adentrándose en las plantas de mis pies, como si de pura savia y oxígeno se tratara. Desde las raíces, ascendiendo, sintiendo cómo me va nutriendo, esa gélida sensación me reconforta y revitaliza.

Cierro los ojos e inhalo profundamente.

templo y lluvia

Siento el frío que me penetra al igual que lo hace el silencio que me rodea, creándose en mí la atmósfera propicia para la introspección.  De manera reiterada, esa combinación provoca en mí, lo mismo que al perro de Pavlov, un reflejo condicionado de urgencia, de pura necesidad de ir hacia dentro.

Tantas veces buscado y sentido, que se ha vuelto automático, instintivo, natural.

Hay algo divino en la impregnación de todo de mi cuerpo de ese frío y del silencio.  Algo que me conduce a conectar con mi centro o quizás, con algo mucho más profundo.

Mi cuerpo, constreñido y parapetado en el mundo de ahí fuera, se vuelve absolutamente permeable a las sensaciones en el interior del templo.  Mis oídos se aligeran, mi respiración se vuelve calmada y receptiva a los olores difusos de incienso y clavo.

Ranakpur, templo Jainista

Cierro los ojos y respiro suave.  Observo.

Todo me lleva hacia dentro.

Mis ojos descansan en la penumbra y busco un rincón inhabitado para depositar mi asiento.

Beso la losa que sostendrá mi cuerpo, me inclino ante el espacio que voy a ocupar por un tiempo.

El asiento.

Cierro los ojos.  El grito de un mono allí, unos pasos allá… y el silencio que se ve acrecentado.

Escucho las primeras gotas de una ligera llovizna, preludiando una lluvia torrencial. Época de monzones.

El agua, elemento de limpieza y transformación, me hace sentir con más fuerza mi unión a la tierra y el camino hacia el centro de mi corazón.  El enraizamiento necesario, profundo, reponedor y que aligera ese mundo de fuera.

Tierra y Agua. La losa en la que se sacuden con fuerza las gotas inmensas que esparcen sus destellos y su vida, la lujuriosa frondosidad verde que rodea este templo, refugio de paz.

Fuego de mi corazón, fuego desde el interior.  La intensidad de la llamada, del reflejo, de la búsqueda.

Aire que acaricia los poros húmedos de mi piel, haciéndome sentir la evaporación sutil del sudor de años, instalado en mis venas.

Y el éter que me eleva en una sordera feliz, en un silencio acogedor y cálido.  Reconfortando mi cuerpo y mi espíritu.

Todos los elementos se conjugan y me acogen, me acarician y mecen, para que en algún momento se produzca la huida.  La huida completa del presente, del peso, del frío de la losa, del chillido de los monos, del repicar de la lluvia, de la húmeda evaporación y del recuerdo de este cuerpo, este templo y este mundo, que sin lugar a duda, me acogen en su seno.

En Ranakpur -India, 19 de agosto 2024